Qué difícil... qué difícil es poder poner palabras a los sentimientos.
A esa sensación que hace que flotemos, que nuestro cuerpo parezca pobre para toda la energía que llevamos dentro y que hace que sientas más que nunca lo insignificante de la carne comparado con lo etéreo.
A esa sensación que hace que queramos arrancarnos la piel a tiras de la impotencia, de las ganas de que pase el tiempo, de que corra, que podamos estar en otro lugar, en otro momento... de poder hacer algo, de cambiar algo.
A esa sensación que nos hace que cada molécula de nuestro cuerpo parezca pesar más de lo posible. Que sólo levantar la cabeza para mirar al cielo nos cueste el último aliento. Que no podamos ni alzar los brazos porque el túnel en el que nos encontramos es demasiado estrecho.
A todas las sensaciones, sentidas ya y que nos quedan por sentir... no hay palabras, no puedes encarcelarlas con sólo unos símbolos escritos...
Si tan fuertes son, tan potentes, tan magníficas como para alzarnos por encima de todo y tan abrumadoras como para dejarnos perdidos en medio de la nada... ¿por qué en la mayoría de los casos las dejamos pasar inadvertidas? ¿por qué nunca nos paramos a pensar en todas las veces durante el día que nos hemos sentido henchidos o hundidos? ¿por qué no nos maravilla la idea de poder hacer sentir eso a los demás¿ ¿o por qué no nos da miedo llegar a, algún día, hacer sentir eso también a los demás?
Pero sobretodo, por qué... por qué.. no nos damos tiempo para saber qué es realmente aquello que nos atenaza o nos libera. Por qué no somos capaces de admitir ciertas energías que llevamos dentro y ponerle nombre. Aunque sea un nombre delimitador, pequeño para el sentimiento, pero que nos permita reconocer realmente qué camino seguir, que nos permita conocer realmente quién somos cada uno de nosotros.
Hoy he sentido alegría, tristeza, miedo, ansiedad, celos, cariño, amor, añoranza, rabia, pena, ilusión...
ésta he sido yo en el día de hoy.